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Carta de un pasajero a la Sobrecargo

Cómo odio hacer mudanzas…
Estoy a punto de cambiarme a un piso nuevo y llevo ya varios días preparando la mudanza. Y digo varios días porque me dá tanta pereza que lo voy retrasando un día, y otro día, y otro más…y al final tendré que pasarme toda la semana que viene montando cajas y embalando mis cosas.
El tema es que hoy, recogiendo los papeles de mi escritorio, me encontré con una carpeta llena de documentación y recuerdos de una de las aerolíneas en las que trabajé.

En medio de todas mis programaciones, de las fotografías y de las calificaciones de mis exámenes anuales, encontré una carta de un pasajero escrita en una hoja de sugerencias.

Al principio no me acordaba de la historia, pero poco a poco fui recordando y terminé emocionándome con la carta.
Era de un pasajero que voló con nosotros a Pamplona. Recuerdo que viajaba sólo. No llegaba a los 60 años y llegó en silla de ruedas hasta la puerta del avión. Como siempre, fue el primero en embarcar (los pasajeros «especiales» siempre embarcan los primeros y desembarcan los últimos).
Cuando llegó a la puerta del avión, se levanto y empezó a caminar muy despacito hasta su asiento haciendo bromas sobre ello mientras caminaba por el pasillo -chicas, apartad de mi camino que os voy a arrollar-,
-si todos los pasajeros fueran igual de rápidos que yo, nunca habría retrasos, verdad?-

Todavía no habíamos empezado con el embarque del resto del pasaje, y el señor ya tenía el cinturón abrochado.

– Caballero, no hace falta que se abroche ya el cinturón. Estará más cómodo sin él.
– Muchas gracias, pero no creo que me vaya a mover mucho ya.

Sonrió. Sonrió con una dulzura que nunca he visto en nadie más, excepto en mi padre.
Creo que fue por eso que decidí preguntarle (algo que siempre me prometía no hacer antes de cada vuelo) qué le pasaba. Se lo pregunté porque fue una de esas personas que transmiten paz y buen rollo.

– Bueno, no se preocupe. Para eso estamos nosotras. Avísenos si necesita levantarse, si quiere algo…

Él volvió a sonreír.

– ¿Se encuentra bien ahora? ¿Qué le ocurre?
-Voy a Navarra. Quiero curarme.

No hizo falta que me dijera nada más. La sonrisa de mi padre, la fuerza de mi padre y lamentablemente la misma enfermedad…pero con una clara diferencia, «mi pasajero» estaba solo. Me partió el alma.

– Bueno, pues si quiere curarse, seguro que se curará! El optimismo es lo más importante en estos casos, y con eso ya tiene gran parte de la batalla ganada.
– Yo tengo muchas esperanzas.
– ¡Pues yo también! ¿Le estará esperando alguien a su llegada al aeropuerto?
– No
– ¿Embarcará con el resto del pasaje algún familiar suyo?
– No; estoy sólo en ésto. Pero soy como Superman
– Bueno, ahora nos tiene a mi compañera y a mí, aunque sean solo 50 minutos de vuelo. Pídanos todo lo que necesite.

No recordaba lo de la manta y la almohada, pero en su carta lo ponía.
Lo que sí recuerdo ahora es que fue uno de los vuelos más bonitos que tuve durante todos esos años. No me acuerdo del servicio al pasaje, pero sí recuerdo haberme sentado a su lado y lo mucho que el hombre reía y sonreía.
Cuando empezamos a descender para el aterrizaje, me pidió mi boli. Se lo presté (recuerdo que le dije lo mismo que a los demás : «se lo dejo, pero acúerdese de devolvérmelo a la salida». No era por el boli en sí, no soy tan ratilla…era porque siempre se los llevaban y nosotros no teníamos en cabina para cubrir el parte de vuelo y la documentación.)

El pasaje desembarcó, y los compañeros de tierra llegaron para llevarse al señor; me dió pena ver cómo se lo llevaban.
Antes de salir y volver a sentarse en su silla, me devolvió el boli y una hoja de sugerencias de esas que van en el bolsillo del asiento y sólo me dijo: «Gracias»

Hoy he encontrado aquella hoja de sugerencias, en la que Manuel, que así es como se llamaba «mi pasajero» relataba cosas tan bonitas como:

«Señorita Lucía y Señorita María, gracias por hacer que hoy me cure un poquito más. Con personas como ustedes, todavía se puede creer en los milagros, y el milagro que tanto espero es vivir un año más y volver a coincidir con ustedes»

No pude responderle nunca. No sé qué habrá sido de Manuel, pero sólo espero que su milagro se haya repetido durante todos estos años.

«Señor Manuel, gracias a usted»

En memoria de mi padre, y dedicado a Paulina.

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